Hoy día, es algo casi innegable el hecho de
que las personas que participan en cualquier tipo de deporte de competición o
cualquier actividad de ocio que implique competir se sumergen en este tipo de
actividades con la vista puesta en la victoria. A lo largo de los años estas
actividades han ido dejando de lado su dimensión más lúdica, esto es: la que
hacía que las personas participaran en ellas por entretenerse, divertirse y/o establecer
relaciones interpersonales mediante los intereses comunes; para abrir paso y de
manera agigantada a su dimensión más ambiciosa y competitiva: ganar, ganar y
ganar. Esto me recuerda a aquella famosa cita de Lombardi que decía "Ganar no lo es todo, es lo único".
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Fuente: Google. |
Es cierto que a los más pequeños, e incluso a
los ya no tanto, se les intenta inculcar a base de repetir en numerosas
ocasiones la filosofía de “lo importante es participar”. Sin embargo, en primer lugar cabría poner en
duda la credibilidad con la que padres, madres
y entrenadores/as pronuncian estas palabras. Más aún, cuando el/la
niño/a acaba de perder una competición y
la utilizan a modo de consuelo. Lo
cierto es, que son muchos los que no conocen el verdadero significado de esta
frase puesto que es así como ha llegado hasta nuestros días a lo largo del
tiempo. En segundo lugar, tiende a dar la impresión de ser una filosofía de
vida cuanto menos, derrotista, con la que no se suele estar de acuerdo ¡y no es
para menos!
Fue Baron Pierre Coubertin quién en su
discurso de las olimpiadas de Londres en 1908 realizó la siguiente afirmación:
“lo más importante no es ganar sino participar, porque lo esencial en la
vida no es lograr el éxito sino esforzarse por conseguirlo”. Ahora la cosa cambia. Si realmente lo único
importante fuera participar nadie se esforzaría, ni lucharía, ni se dejaría la
piel en el terreno de juego. Y es que, hay ocasiones en las que, aunque el
esfuerzo invertido durante meses no se recompensa con el primer premio, la
mayor victoria para uno mismo puede ser el haberse superado o el haber llegado
hasta dónde esté. Esto me recuerda a una famosa cita de Aristóteles “Considero
más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos,
ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”. Sin duda, para
superarnos y esforzarnos tenemos que poner el punto de mira en una
meta-objetivo y por lo general, esta suele ser ganar.
El proceso de competir, conlleva de manera
implícita asumir dos circunstancias: éxito y fracaso. Las personas somos
optimistas por naturaleza, y bajo mi punto de vista, esto suele ser otro de los
factores que tienden a impulsarnos a competir, esto es, aunque las
probabilidades de victoria o derrota teóricamente sean las mismas, tendemos a
maximizar nuestras expectativas de éxito y a minimizar las de fracaso. Lo
cierto es que a nadie le gusta perder, ni el deporte ni en cualquier situación
de la vida que implique dicha opción. En nuestra sociedad, perder suele ser
sinónimo de fracasar y esto es otra de las cosas que a nadie le gusta. Y a
veces, puede traducirse en problemas.
Desde que se inician en el deporte, a los más
pequeños se les inculca en valores que
versan sobre él éxito y la victoria. Se les enseña a competir y a luchar con el
único fin de que aprendan que ganar, debe ser su única motivación en este
mundo. Y sin embargo, se dejan de lado otros aspectos muy importantes que deben
potenciarse en esas edades entre ellos, aprender a aceptar las derrotas. La
consecuencia directa de no asumir que no siempre se puede ganar, a pesar de
invertir todo el esfuerzo del mundo, suele traducirse en sentimientos de
frustración, fracaso o inutilidad cuyo malestar tiende a manifestarse a través
de reacciones de agresividad o depresión.
A corto plazo, esto puede derivarse en consecuencias tales como
conflictos con rivales, compañeros, entrenadores y árbitro o disminución del
rendimiento durante la situación de competición. A largo plazo, la medida en
cómo se acepte una derrota va a determinar la manera de hacer frente a futuras
situaciones de competición por lo que no digerir “el perder” puede condicionar
la ejecución del deportista ya que este puede haber generado ciertas
expectativas de fracaso en base a las experiencias previas que pueden entrar en
juego en el momento de la competición adoptando ideas como “soy un perderdor”,
“Todos van a pensar que no valgo para esto”, “lo voy a hacer mal”, que lejos de
solventar y mejorar la situación no harán más que empeorarla.
Es por ello que, bajo mi punto de vista,
frases como “Ganar no lo es todo, es lo único”
son responsables de aquellas creencias que muchos adoptan y que lideran
muchos aspectos de su vida: la idea de
que el ser humano puede controlarlo todo y que por tanto perder, es sinónimo de
fracasar. Y fracasar es blanco directo de críticas, ya sean externas o
internas. Perder, después de muchos y muchos meses de trabajo y esfuerzo no
siempre es consecuencia de nuestras actuaciones. Hay por tanto factores que no
podemos controlar y que quedan lejos de nuestro alcance. Lo mismo ocurre cuando
ganamos y sin embargo, esto a penas suele captar nuestra atención. Por lo
tanto, estoy de acuerdo en transmitir la importancia del ganar en el sentido de
aceptar tal concepto como meta dónde fijar nuestros objetivos, sin embargo
defiendo que no es lo único que debe importar a la hora de competir pues se
ponen en juego otros valores que están al mismo nivel que lograr el éxito y que
solo se aprecian cuando este se da: la superación, la constancia y el esfuerzo.
A grandes rasgos, tres elementos que
interactúan a lo largo de nuestros caminos hacia la competición y cuya
recompensa principal primero, debe venir de uno mismo y si luego llega la
victoria, mucho mejor.