Ningún mar en calma hizo experto a un marinero. Esto, es tan cierto como decir que resulta prácticamente imposible, dar con un/a deportista que no haya sufrido lesión alguna a lo largo de su carrera deportiva.
Las lesiones suponen uno de los principales miedos
en deportistas y/o profesionales del deporte. Son una fuente de preocupación
importante, y mucho más, cuando una lesión tiende a ser recidivante. Y es que,
por muy expertos que seamos en cualquier tipo de actividad físico-deportiva,
nadie se libre de poder sufrirlas en
cualquier momento.

- Supone un estado disfuncional que provoca dolor, molestias, disminuye y la autonomía del deportista.
- Supone una reducción de la actividad deportiva o en casos graves, un cese repentino de la misma en incluso durante largos periodos de tiempo.
- Las lesiones vienen acompañadas de otros efectos a nivel psicológico como irritabilidad, sintomatología depresiva, agresividad, sentimientos de impotencia y elevados niveles de ansiedad que afectan al funcionamiento personal y deportivo de la persona.
- Se traducen en importantes cambios: reajuste del equipo, de los objetivos, de las expectativas tanto del deportista como de entrenadores/as y resto de jugadores.
- El infierno de la recuperación. La rehabilitación casi nunca, resulta ser plato de buen gusto. Exigen tiempo, esfuerzo, empeño y dedicación continua que en ocasiones, requieren de constancia y paciencia y cuyos resultados no suelen verse de forma inmediata.
En estos momentos, nuestra mayor debilidad radicaría
en tirar la toalla y darse por vencido. Pero no, hay salida. Siempre la hay,
aunque a veces, no sea la que todos deseamos, claro está. Toca salir adelante,
dejar de quejarnos y emplear ese valioso tiempo en afrontar el problema y
buscar soluciones.
Las causas de una lesión pueden ser muy variadas: accidentes
casuales, ejecución incorrecta de algún movimiento, calentamiento previo o
estiramiento posterior no ajustado a las circunstancias, el abuso o sobrecarga
de entrenamiento, cansancio, alimentación inadecuada e incluso, la edad. En
cualquier caso, y como he dicho anteriormente, padecer una lesión supone una
importante fuente de preocupación y en la mayoría de los casos, el estrés tiene
mucho que ver aunque pocos deportistas, son realmente conscientes de ello.
El estrés, aunque supone una respuesta natural y adaptativa
de nuestro organismo, en ocasiones, puede convertirse en nuestro peor enemigo;
sobre todo, durante la práctica deportiva. Esto ocurre cuando, ante cualquier
nuevo reto, percibimos que no disponemos de los recursos suficientes para
afrontarlo. De esta forma, nuestro cerebro interpreta la situación como una
amenaza en lugar de hacerlo como un reto, de tal manera, que inicia un proceso
de sobreactivación (innecesario) en nuestro organismo que en caso de persistir
a lo largo del tiempo, puede llegar a tener consecuencias muy dañinas para
el/la deportista.
Diversas investigaciones han apuntado y corroborado
que el estrés mantenido en el tiempo, deprime el sistema inmunitario por lo que
hace a nuestro cuerpo, mucho más vulnerable ante las lesiones o infecciones y
no solo eso, sino que un elevado nivel de estrés, se traduce en otro tipo
afectaciones negativas que amplifican las consecuencias de la lesión y que
además, disminuyen de forma considerable nuestro rendimiento deportivo:
- Disminuyen los niveles de atención y/o concentración contribuyendo a “no hacer caso” a las señales que nuestro cuerpo o nuestro entorno nos envían, aumentando la probabilidad de padecer una lesión o empeorarla si por ejemplo, es de tipo leve.
- Los niveles de sobreactivación requieren de ciertas dosis de energía por lo que, le estaríamos restando dicha energía a nuestro cuerpo. En este sentido, el agotamiento, el cansancio físico y psicológico aumenta.
- Nuestra musculatura, sometida a presión, se ve obligada a trabajar a niveles superiores de los que debiera, por lo que nuestro cuerpo estará en un estado de tensión continua. Esta tensión se traduce en una disminución de la flexibilidad muscular, pérdida de la coordinación motora e incluso posibles molestias y dolores, por lo que nuestros movimientos dejarán de ser ejecutados de manera correcta, aumentando una vez más, la probabilidad de sufrir o empeorar una lesión.
- El riesgo de padecer otro tipo de enfermedades relacionadas con el sistema inmune o cardiovascular, entre otras, aumentan.
En definitivas cuentas, podemos hablar de un circulo
vicioso en el que el estrés puede
contribuir a padecer cualquier tipo de lesión o por el contrario, que una
lesión se convierta en fuente de estrés y su recuperación, no se lleve a cabo
de la forma más rápida y eficaz que debiera. ¿Qué se puede hacer en estos
casos?

- Convertir la situación en un nuevo reto. Ver la lesión como un nuevo reto en lugar de cómo una amenaza, hará que nos impliquemos mucho más en el proceso de recuperación. Además, reducirá los niveles de estrés y por tanto, de todas las consecuencias derivadas previamente mencionadas.
- Modificar los pensamientos irracionales por otros mucho más adaptativos. En el caso de lesiones leves, es común encontrar deportistas con creencias como que su rendimiento tiene que ser el de siempre y que por tanto aguantar el dolor es sinónimo de esfuerzo. Nada más lejos de la realidad, puesto que ello solo contribuiría a empeorar la lesión provocando la interrupción de la práctica. En los casos graves, es posible encontrar otros pensamientos del tipo “no me voy a poner bien jamás” “”aunque me recupere, ya nada volverá a ser como antes” o “seguro que me molesta de por vida”. Cambiar este tipo de pensamientos por otros más adaptativos, contribuirán a llevar un afrontamiento mucho más positivo y centrados en la recuperación.
- En algunos casos, las lesiones no son tan graves como el deportista las percibe. Simplemente, bajo la presión y el estrés, las situaciones se observan desde otro punto de mira. ¿Es realmente tan grave? ¡Desdramatiza la situación! ¿Es esto lo peor que me podía pasar?¿ Hay personas que han tenido cosas mucho peores?
- Técnicas de relajación. Las técnicas de relajación se utilizan predominantemente ante las situaciones de estrés y ansiedad. Existen diferentes tipos que pueden usarse en función de las necesidades del deportista. Sus efectos beneficiosos radican en la disminución de la activación del organismo por lo que produce una mejora de la efectividad de la respiración, la concentración y a la distensión muscular, entre otros.
- Aprovechar el tiempo de “inactividad” deportiva y empléalo en otras cosas que antes no podías hacer. Disfruta de tu entorno, de tu familia y amigos. Seguir una serie, leer, aprender a hacer algo nuevo. Nos ayudará a mantener la mente entretenida en otras cosas que no sean la lesión y ayudará que esta, no se convierta en el centro de nuestro día a día. Dejarás de rumiar y te sentirás mucho más productivo y autónomo.
- Habla, expresa, comunica. Seguro que a veces, solo necesitas hablar y desahogarte. Eres realista, y sabes en qué situación te encuentras pero eso no quita que puedas expresar tus inquietudes, pensamientos o preocupaciones al respecto. Hacerlo no te hace más débil, todo lo contrario. Hacerlo dice mucho de ti, ya que estarás mostrando tu compromiso para –con tu propia recuperación y por ende, con el resto de tu entorno deportivo. Habla con tus compañeros/as o con algún componente del cuerpo técnico, pídeles su opinión o consejo en caso de que lo necesites. Nadie te va a entender mejor y además, valorarán e forma positiva que compartas tus sentimientos y pensamientos con ellos.