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En la actualidad, se estima que la prevalencia de los problemas mentales en la infancia giran, aproximadamente, en torno a un 10% en el caso de los niños y un 5% en el caso de las niñas de edades comprendidas entre los 0 hasta los 15 años. Con respecto a la prevalencia de la depresión mayor en concreto, se estima la existencia de este trastorno aproximadamente en un 2% de los niños de 9 años hasta los 14 y superior al 3% en el caso de los jóvenes adolescentes, es decir, hasta los 18 años. Unos datos nada desdeñables, desde luego.
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Una de las principales
dificultades que presenta este trastorno es el infradiagnóstico y, por
ende, el infratratamiento sobre todo, en menores de siete años ya que presentan una limitada
capacidad a la hora de compartir y comunicar sus emociones, así como los pensamientos
negativos a través del lenguaje por lo que, por norma general, tienden a
somatizar. Así pues, las cefaleas, los dolores difusos, los problemas
gastrointestinales o dolores abdominales referidos, junto con un observable cambio
en el comportamiento del menor deben ser tomados como principales señales de
alerta y sospecha para la posible aparición de este trastorno.
Según
la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE-10) el episodio
depresivo debe tener una duración de, al menos, dos semanas y por supuesto, no
debe ser atribuible al abuso de sustancia o a cualquier otro trastorno mental
orgánico. Estas dos condiciones, son comunes a la valoración diagnóstica en el
adulto. Además, deben presentar al menos dos de las siguientes condiciones:
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- En niños, puede haber un estado de ánimo deprimido, pero también irritable. En lo más pequeños o en aquellos que presentan un desarrollo lingüístico o cognitivamente inmaduro, es probable que exista dificultades a la hora de describir su estado de ánimo, así como la tendencia a presentar quejas físicas vagas, expresión facial triste o una comunicación visual predominantemente pobre. Respecto al estado irritable, podemos encontrar comportamientos imprudentes o irreflexivos, así como actitudes hostiles, iracundas o acciones coléricas.
- Una marcada perdida de los intereses o la capacidad de disfrutar de actividades que antes le gustaban y resultaban placenteras: el juego, las actividades escolares…
- Falta de vitalidad o aumento de la fatigabilidad que se presentan como falta de juego con los compañeros, el rechazo del colegio o la frecuente demanda de no asistir al mismo. Suelen notarse importantes cambios de energía.
¿Que otros síntomas pueden hacernos sospechar?
- Importante pérdida de la confianza y estimación de uno mismo con sentimientos de inferioridad. Se sienten menos que los demás.
- Autoreproches desproporcionados junto con sentimientos de excesiva e inapropiada culpabilidad. A menudo presentan desvalorización.
- Pensamientos reiterativos de muerte, suicidio o conductas suicidas. Esto puede expresarse a través de indicios no verbales donde se incluyen comportamientos de riesgo reiterados a veces, a modo de juegos y gestos autolesivos.
- Quejas o disminución de la capacidad de concentración y de pensar unidas a una importante falta de toma de decisiones y vacilaciones. Estos problemas suelen desembocar en una disminución del rendimiento escolar.
- En niños, es posible encontrar cambios en la actividad motora tanto por exceso (agitación) como por defecto. Mientras que en adultos, suele darse cambios en la actividad psicomotriz por defecto.
- Alteraciones del sueño, cambios en el apetito (tanto por aumento como por disminución) con la correspondiente modificación de peso. A diferencia de los adultos, los niños no es que disminuyan su peso, sino que, sencillamente, no lo ponen.
- Existencia de un síndrome somático caracterizado por quejas o dolores difusos, malestar, cefaleas...
Todo esto, debe tomarse como un conjunto de manifestaciones junto con observaciones de otras fuentes tales como los profesionales del entorno escolar y nunca, de manera aislada. Lo que si hay que tener en cuenta es que los menores, no tienen porque mostrar ese patrón deprimidio y anhedónico que a menudo aparece en los adultos sino que, por el contrario, puede manifestarlo y de hecho lo hacen, en forma de irascibiidad o irratabilidad y a través de la somatización. En los menores y adolescentes, cualquier cambio de conducta siempre, siempre, debe suponer una señal de alarma de que algo, está pasando.