Que mal acostumbrado está el ser humano.
En un mundo que avanza deprisa, no podemos
permitirnos esperar. Vamos y venimos, volvemos a irnos y volvemos a llegar. Sin
pararnos. Con prisas. Son tantas las preocupaciones que nos absortan que
poco o nada nos ocupamos de aquello que realmente importa: disfrutar de la
vida, saborear los buenos momentos y por supuesto, hacer de nuestra salud una
prioridad.
En los tiempos que corren, las consultas
médicas y psicológicas (en un porcentaje evidentemente reducido) se llenan de
personas que dicen padecer ansiedad, insomnio o depresión. Si bien es cierto
que son tiempos difíciles, que los obstáculos y las circunstancias no son nada
favorables en muchísimos casos, pero es a esto a lo que me refiero con la frase
a la que doy comienzo a esta entrada. Tan mal acostumbrados estamos que vamos a
lo fácil, a lo sencillo, a lo cómodo. ¿Qué estoy triste porque he perdido mi
trabajo? Tengo DEPRESIÓN, ¿qué estoy inquieta y preocupada porque estoy hasta
arriba de trabajo y no doy abasto para entregar a tiempo los informes? Está
claro, ANSIEDAD seguro. ¿Qué llevo varias noches sin dormir porque me preocupa
todo el trabajo que me queda por hacer para mañana, y para el otro, y para el
otro…? Evidentemente, padezco INSOMNIO.
Lo que os diga, la comodidad, esa que ofrece ponernos una etiqueta en la
frente con la que interactuar con el mundo. Pero la cosa no queda ahí, antes de
poner la etiqueta primero hay que acudir al médico para que sea él quién nos
asegure que padecemos lo que creemos padecer.
Otra comodidad más. Acudir al médico por
estas cosas se ha convertido en una costumbre muy insana, al igual que no vas
al dentista cuando te duele una rodilla, el médico no es el lugar más adecuado
para este tipo de problemas. Un médico no va a “perder su tiempo” en analizar
aquellas circunstancias en las que tu problema se está desarrollando, qué
variables lo están manteniendo y por supuesto, si merece o no la asignación de
trastorno. Pero no importa, como he dicho anteriormente, nuestras prisas nos
obligan a ir a lo rápido, ¿y qué es lo más rápido? Seguro que os suenan estas
palabras: ansiolíticos y antidepresivos. Volvemos con esa absurda comodidad que
nos invade. Con ello no quiero despreciar el trabajo de los médicos, y de hecho
es entendible que para ellos es mucho más rápido escuchar por encima tu
problema y optar por la vía rápida de la farmacología, y es que los centros de
salud están desbordados y precisamente los pacientes son muchos y el tiempo muy
poco. Pero no son este sector sanitario los que tienen la culpa.
No podemos permitir que nos receten
fármacos a bocajarro a la primera de cambio. Es inconcebible la facilidad con
la que muchos aceptan la preinscripción sin poner pega alguna, y como los toman
sin contemplaciones. Como si fueran el antídoto al veneno de nuestros
problemas. ¡Pero qué equivocación! Los problemas tienen una causa y por
supuesto, tienen una base que los mantienen presentes haciendo que no cesen.
Preocuparse es una parte inevitable de la vida, estar triste más de lo mismo.
Ni con todos los fármacos del mundo podríamos evitarlo. Pues lo mismo ocurre
con nuestros problemas. Si estás triste porque te ha dejado tu pareja (algo muy
normal, ya que lo raro sería no estarlo) un antidepresivo harán que
desaparezcan esos síntomas depresivos que dices tener, pero no hará que vuelva
contigo. No, ni tampoco borrará de tu memoria los recuerdos, ni quitará todas
las fotos de tu habitación que tengas con él, ni los mensajes que no has
borrado, ni su voz en el buzón del móvil y que oyes cada vez que llamas. Un
antidepresivo apacigua los síntomas pero ni de lejos, cambia la situación.
Sencillamente porque cambiar la situación implica cambiar tus pensamientos y tu
forma de mirar la vida, y por ende, eso solo depende de ti. De que en lugar de
dejarte llevar por la comodidad, decidas tomar las riendas de TU vida. Debemos
ser conscientes de que gran parte de lo que nos ocurre es fruto de nuestra
forma de afrontar la vida, de la importancia que le otorgamos a las cosas y del
tiempo que dedicamos a preocuparnos en lugar de invertirlo en generar
alternativas y para ello os aseguro, que existe medicamento alguno.
Actualmente, las terapias psicológicas
para este tipo de problemas están empíricamente validadas, y su eficacia se ha
mostrado en algunos casos incluso superior a la de los fármacos. En el insomnio
por ejemplo, la mayoría de las personas que acuden a consulta por este motivo,
están tan preocupadas por el hecho de no poder dormir, que es esa misma
preocupación la que no les permite conciliar el sueño. Y para ello no hay
técnica más sencilla e infalible que la preinscripción paradójica, que se basa
precisamente en todo lo contrario: pedirle al paciente que se esfuerce por
mantenerse despierto el mayor tiempo posible una vez que se acueste. Está comprobado
que un breve intervalo, el tiempo que tarda en dormirse disminuye.
Y es que no hay mejor tratamiento que
decirle nuestro cerebro que haga algo, para que justamente, haga todo lo
contrario. Y sin efectos secundarios.
Dejemos a un lado la comodidad, las prisas, la preocupación excesiva; y
abramos paso a la creatividad, a nuevas soluciones, a la adopción de nuevas
perspectivas de cara a la vida. Y recuerden, que lo sencillo es rápido, pero no
dura para siempre.