viernes, 7 de febrero de 2014

Que se pierdan las malas costumbres.

Que mal acostumbrado está el ser humano.

En un mundo que avanza deprisa, no podemos permitirnos esperar. Vamos y venimos, volvemos a irnos y volvemos a llegar. Sin pararnos. Con prisas. Son tantas las preocupaciones que nos absortan que poco o nada nos ocupamos de aquello que realmente importa: disfrutar de la vida, saborear los buenos momentos y por supuesto, hacer de nuestra salud una prioridad.

En los tiempos que corren, las consultas médicas y psicológicas (en un porcentaje evidentemente reducido) se llenan de personas que dicen padecer ansiedad, insomnio o depresión. Si bien es cierto que son tiempos difíciles, que los obstáculos y las circunstancias no son nada favorables en muchísimos casos, pero es a esto a lo que me refiero con la frase a la que doy comienzo a esta entrada. Tan mal acostumbrados estamos que vamos a lo fácil, a lo sencillo, a lo cómodo. ¿Qué estoy triste porque he perdido mi trabajo? Tengo DEPRESIÓN, ¿qué estoy inquieta y preocupada porque estoy hasta arriba de trabajo y no doy abasto para entregar a tiempo los informes? Está claro, ANSIEDAD seguro. ¿Qué llevo varias noches sin dormir porque me preocupa todo el trabajo que me queda por hacer para mañana, y para el otro, y para el otro…? Evidentemente, padezco INSOMNIO.  Lo que os diga, la comodidad, esa que ofrece ponernos una etiqueta en la frente con la que interactuar con el mundo. Pero la cosa no queda ahí, antes de poner la etiqueta primero hay que acudir al médico para que sea él quién nos asegure que padecemos lo que creemos padecer.

Otra comodidad más. Acudir al médico por estas cosas se ha convertido en una costumbre muy insana, al igual que no vas al dentista cuando te duele una rodilla, el médico no es el lugar más adecuado para este tipo de problemas. Un médico no va a “perder su tiempo” en analizar aquellas circunstancias en las que tu problema se está desarrollando, qué variables lo están manteniendo y por supuesto, si merece o no la asignación de trastorno. Pero no importa, como he dicho anteriormente, nuestras prisas nos obligan a ir a lo rápido, ¿y qué es lo más rápido? Seguro que os suenan estas palabras: ansiolíticos y antidepresivos. Volvemos con esa absurda comodidad que nos invade. Con ello no quiero despreciar el trabajo de los médicos, y de hecho es entendible que para ellos es mucho más rápido escuchar por encima tu problema y optar por la vía rápida de la farmacología, y es que los centros de salud están desbordados y precisamente los pacientes son muchos y el tiempo muy poco. Pero no son este sector sanitario los que tienen la culpa.

No podemos permitir que nos receten fármacos a bocajarro a la primera de cambio. Es inconcebible la facilidad con la que muchos aceptan la preinscripción sin poner pega alguna, y como los toman sin contemplaciones. Como si fueran el antídoto al veneno de nuestros problemas. ¡Pero qué equivocación! Los problemas tienen una causa y por supuesto, tienen una base que los mantienen presentes haciendo que no cesen. Preocuparse es una parte inevitable de la vida, estar triste más de lo mismo. Ni con todos los fármacos del mundo podríamos evitarlo. Pues lo mismo ocurre con nuestros problemas. Si estás triste porque te ha dejado tu pareja (algo muy normal, ya que lo raro sería no estarlo) un antidepresivo harán que desaparezcan esos síntomas depresivos que dices tener, pero no hará que vuelva contigo. No, ni tampoco borrará de tu memoria los recuerdos, ni quitará todas las fotos de tu habitación que tengas con él, ni los mensajes que no has borrado, ni su voz en el buzón del móvil y que oyes cada vez que llamas. Un antidepresivo apacigua los síntomas pero ni de lejos, cambia la situación. Sencillamente porque cambiar la situación implica cambiar tus pensamientos y tu forma de mirar la vida, y por ende, eso solo depende de ti. De que en lugar de dejarte llevar por la comodidad, decidas tomar las riendas de TU vida. Debemos ser conscientes de que gran parte de lo que nos ocurre es fruto de nuestra forma de afrontar la vida, de la importancia que le otorgamos a las cosas y del tiempo que dedicamos a preocuparnos en lugar de invertirlo en generar alternativas y para ello os aseguro, que existe medicamento alguno.

Actualmente, las terapias psicológicas para este tipo de problemas están empíricamente validadas, y su eficacia se ha mostrado en algunos casos incluso superior a la de los fármacos. En el insomnio por ejemplo, la mayoría de las personas que acuden a consulta por este motivo, están tan preocupadas por el hecho de no poder dormir, que es esa misma preocupación la que no les permite conciliar el sueño. Y para ello no hay técnica más sencilla e infalible que la preinscripción paradójica, que se basa precisamente en todo lo contrario: pedirle al paciente que se esfuerce por mantenerse despierto el mayor tiempo posible una vez que se acueste. Está comprobado que un breve intervalo, el tiempo que tarda en dormirse disminuye.


Y es que no hay mejor tratamiento que decirle nuestro cerebro que haga algo, para que justamente, haga todo lo contrario. Y sin efectos secundarios.  Dejemos a un lado la comodidad, las prisas, la preocupación excesiva; y abramos paso a la creatividad, a nuevas soluciones, a la adopción de nuevas perspectivas de cara a la vida. Y recuerden, que lo sencillo es rápido, pero no dura para siempre.