lunes, 13 de noviembre de 2017

LA DEPRESIÓN TAMBIÉN ES COSA DE NIÑOS.

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Unos padres llegan a consulta porque su hijo, en las últimas semanas, ha manifestado un importante cambio de conducta y están muy preocupados: se irrita con facilidad, se muestra irascible todo el tiempo y, de manera continua, refiere continuas quejas y dolores a la hora de acudir a la escuela. Tras la pertinente evaluación se les confirma un diagnóstico que muy pocas veces se plantean: depresión infantil. A menudo, y con toda lógica, esto les desborda y comienzan a aparecer sentimientos de culpa "¿Qué hemos hecho mal?" y de incredulidad "Pero si en todo este tiempo no lo hemos notado triste" ¿Os habéis planteado alguna vez, lo duro que debe ser esta situación para unos padres? 

En la actualidad, se estima que la prevalencia de los problemas mentales en la infancia  giran, aproximadamente, en torno a un 10% en el caso de los niños y un 5% en  el caso de las niñas de edades comprendidas entre los 0 hasta los 15 años. Con respecto a la prevalencia de la depresión mayor en concreto, se estima la existencia de este trastorno aproximadamente  en un 2% de los niños de 9 años hasta los 14 y superior al 3% en el caso de los jóvenes adolescentes, es decir, hasta los 18 años. Unos datos nada desdeñables, desde luego.

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La existencia de depresión infantil parece estar aceptada de manera generalizada. Sin embargo, dada la repercusión que puede llegar a tener este trastorno a edades infanto-juveniles, resulta paradójico que aún, existan cierta controversia respecto al diagnóstico de la misma: por un lado, hay quienes afirman que la depresión infantil es similar a la depresión adulta y por tanto puede diagnosticarse utilizando criterios similares y, por el otro, hay quienes defienden que las manifestaciones infantiles pueden llegar a ser diferentes a la de los adultos aunque compartan algunos síntomas.

Una de las principales dificultades que presenta este trastorno es el infradiagnóstico y, por ende, el infratratamiento sobre todo, en menores de siete años ya que presentan una limitada capacidad a la hora de compartir y comunicar sus emociones, así como los pensamientos negativos a través del lenguaje por lo que, por norma general, tienden a somatizar. Así pues, las cefaleas, los dolores difusos, los problemas gastrointestinales o dolores abdominales referidos, junto con un observable cambio en el comportamiento del menor deben ser tomados como principales señales de alerta y sospecha para la posible aparición de este trastorno.

Según la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE-10) el episodio depresivo debe tener una duración de, al menos, dos semanas y por supuesto, no debe ser atribuible al abuso de sustancia o a cualquier otro trastorno mental orgánico. Estas dos condiciones, son comunes a la valoración diagnóstica en el adulto. Además, deben presentar al menos dos de las siguientes condiciones:

Imagen tomada de google
  • En niños, puede haber un estado de ánimo deprimido, pero también irritable. En lo más pequeños o en aquellos que presentan un desarrollo lingüístico o cognitivamente inmaduro, es probable que exista dificultades a la hora de describir su estado de ánimo, así como la tendencia a presentar quejas físicas vagas, expresión facial triste o una comunicación visual predominantemente pobre. Respecto al estado irritable, podemos encontrar comportamientos imprudentes o irreflexivos, así como actitudes hostiles, iracundas o acciones coléricas.
  • Una marcada perdida de los intereses o la capacidad de disfrutar de actividades que antes le gustaban y resultaban placenteras: el juego, las actividades escolares…
  • Falta de vitalidad o aumento de la fatigabilidad que se presentan como falta de juego con los compañeros, el rechazo del colegio o la frecuente demanda de no asistir al mismo. Suelen notarse importantes cambios de energía.

¿Que otros síntomas pueden hacernos sospechar?
  • Importante pérdida de la confianza y estimación de uno mismo con sentimientos de inferioridad. Se sienten menos que los demás.
  • Autoreproches desproporcionados junto con sentimientos de excesiva e inapropiada culpabilidad. A menudo presentan desvalorización.
  • Pensamientos reiterativos de muerte, suicidio o conductas suicidas. Esto puede expresarse a través de indicios no verbales donde se incluyen comportamientos de riesgo reiterados a veces, a modo de juegos y gestos autolesivos.
  • Quejas o disminución de la capacidad de concentración y de pensar unidas a una importante falta de toma de decisiones y vacilaciones. Estos problemas suelen desembocar en una disminución del rendimiento escolar.
  • En niños, es posible encontrar cambios en la actividad motora tanto por exceso (agitación) como por defecto. Mientras que en adultos, suele darse cambios en la actividad psicomotriz por defecto.
  • Alteraciones del sueño, cambios en el apetito (tanto por aumento como por disminución) con la correspondiente modificación de peso. A diferencia de los adultos, los niños no es que disminuyan su peso, sino que, sencillamente, no lo ponen.
  • Existencia de un síndrome somático caracterizado por quejas o dolores difusos, malestar, cefaleas...

Todo esto, debe tomarse como un conjunto de manifestaciones junto con observaciones de otras fuentes tales como los profesionales del entorno escolar y nunca, de manera aislada. Lo que si hay que tener en cuenta es que los menores, no tienen porque mostrar ese patrón deprimidio y anhedónico que a menudo aparece en los adultos sino que, por el contrario, puede manifestarlo y de hecho lo hacen, en forma de irascibiidad o irratabilidad y a través de la somatización. En los menores y adolescentes, cualquier cambio de conducta siempre, siempre, debe suponer una señal de alarma de que algo, está pasando.



viernes, 27 de octubre de 2017

LA DURA REALIDAD DEL SUICIDO. LO QUE SE CALLA Y LO QUE ESCONDE.

Desgraciadamente, en la actualidad, el tema del suicidio ha suscitado y sigue suscitando una gran cantidad de concepciones erróneas acerca del mismo. Tanto es así que “en nuestra sociedad es una realidad incómoda, algo tabú de lo que uno se avergüenza (Psiky)”. Y, créanme cuando les digo que no es tan difícil como pensamos, caer en la conducta suicida.

Datos actuales sobre el suicidio.

En la actualidad, la Organización Mundial de la Salud ha declarado el suicidio y sus tentativas como uno de los problemas de salud más graves. Y no es para menos. Según la OMS, el suicidio es la segunda causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años, más de 800.000 personas se suicidan cada año y se da una muerte por suicidio cada 40 segundos. Concretamente en España, las cifras de muerte por suicidio superan considerablemente a las de muerte por accidente de tráfico.

Aproximadamente un 90% de las personas que atentan contra su vida, padece algún tipo de enfermedad. Es más, supone la primera causa de muerte prematura entre personas diagnosticadas de depresión, de esquizofrenia, trastorno bipolar o trastorno por consumo de sustancias. Sin embargo, la presencia de un trastorno mental no es un factor necesariamente presente en este tipo de conductas.

El suicidio es un problema complejo para el cual, no existe una única causa, sino que, por el contrario, implica una compleja interacción multifactorial. Es por tanto que, resulta difícil explicar por qué algunas deciden atentar contra su vida mientras que otras, en una situación similar o incluso más graves, no lo hacen.




El reto que plantea la desesperación del suicidio es encontrar otras maneras de resolver sentimientos intolerables”

Por lo general, el suicidio se presenta como una solución definitiva ante un intenso dolor de tipo emocional, mental y/o físico temporal o para relaciones de tipo disruptivos. Es importante tener en cuenta que el vacío, la desesperanza o el dolor no son algo permanente sino más bien, un estado temporal. Su realización, puede ser resultado de una cuidadosa planificación o de un acto impulsivo. La impulsividad necesaria para llevar a cabo el acto no persiste de forma indefinida es decir, la persona no tiene la idea dando vueltas en su cabeza durante las 24 horas del día.

La mayoría de las personas que piensan en suicidarse realmente no quieren morir, solo desean liberarse de ciertos estados intolerables de sufrimiento. Por ello, a menudo conviven con una habitual ambivalencia entre las razones entre vivir y morir.

Mitos sobre la persona con ideación suicida.

Paradójicamente, a pesar de todos estos datos, la mayoría de los casos de suicidio pueden prevenirse. Sin embargo, los mitos existentes sobre la persona con ideación suicida dificultan y entorpecen enormemente la prevención de dicha conducta. Al convertirse en un tema tabú dentro de nuestra sociedad, las personas que presentan ideación suicida no suelen buscar la ayuda de un profesional.

Mito 1: preguntar a una persona si está pensando en suicidarse puede 
incitarle a hacerlo.

La evidencia demuestra que preguntar y conversar con la persona sobre la idea de pensamientos suicidas, disminuye de forma considerable el riesgo de llevar a cabo el acto. Por ello, si tenemos algún conocido o familiar que pueda estar en esta situación, preguntar y escuchar sus pensamientos y emociones aliviará su tensión. Para ello, resulta de vital importancia adoptar una disposición de auténtica escucha y respeto. ¡Nada de alarmarse, discutir o minimizar estas ideas!

Mito 2: la persona que expresa que desea acabar con su vida nunca lo hará.

En esta cuestión la evidencia ha demostrado que, con frecuencia, la mayor parte de las personas que han intentado suicidarse previamente, habían expresado dicha intención o bien con palabras, con cambios conductuales o en forma de amenaza. Por tanto, estas verbalizaciones no deben nunca, ser consideradas como alarde, chantaje o manipulación de la persona con un fin determinado.

Mito 3: la persona que se quiere suicidar no lo dice.

Parece ser que 9 de cada 10 personas que se suicidan, expresan claramente sus propósitos y la otra, dejó entrever sus intenciones de acabar con su vida de una forma u otra. La realidad es que solo un escaso número de suicidios se producen sin aviso. Es esencial que si, detectamos que alguien se encuentra en situación de riesgo, preguntemos sobre ello y nos tomemos en serio cualquier amenaza de autolesión.

Mito 4: el suicidio es impulsivo y la mayoría de los suicidas no avisa.

El suicidio, como se ha mencionado anteriormente, puede ser resultado de una cuidadosa planificación previa o de un acto impulsivo repentino. En ambos casos y por lo general, existen signos directos o indirectos, verbales y no verbales, pistas o advertencias del riesgo suicida. Por ello, en la prevención, juega un papel esencial aprender a detectar señales de inminente riesgo y que conozcamos que factores reducen o incrementan su aparición.

Mito 5: solo las personas con problemas graves se suicidan.

Ya se ha comentado que el suicidio es multicausal y que, lo que para unos resulta una nimiedad, para otros supone una terrible situación de desesperación y dolor. Al respecto, podría no ser acertado valorar desde nuestro de punto de vista, lo que para otras personas puede o no ser grave ya que puede llevar a que infravaloremos el dolor que les puede estar causando.


Señales de alerta para la detección del riesgo suicida.

Muchas personas evidencian sus intenciones a través de ciertos síntomas o signos que hacen posible la detección del riesgo suicida. Conocerlas, supondría un importante factor de minimización de dicho riesgo. La identificación de estas señales de alerta está directamente relacionada con la presencia de la ideación suicida. Aun así, que no se detecten, no significa que la persona no pueda llevar a cabo una tentativa de suicidio.

  1. Comentarios negativos sobre si mismo, su vida o sobre el futuro: no valgo para nada, soy un inútil, estaríais mejor sin mí, estoy cansado de luchar, soy una carga para todos, las cosas no van a mejorar nunca.
  2. Comentarios o verbalizaciones relacionadas con el acto suicida o la muerte: me gustaría desaparecer, quiero descansar, no quiero seguir viviendo, me pregunto como sería la vida si estuviera muerto, nadie me quiere y es preferible morir…
  3. Despedidas verbales o escritas: “quiero que sepas que en todo este tiempo, me has ayudado mucho”
  4. Cambio de conducta en dos sentidos: claro aumento de la irascibilidad, la irritabilidad, ingesta de alcohol en frecuencia inusual o en cantidades superiores a la habitual o, por el contrario, la aparición de un periodo de calma y tranquilidad repentina tras una gran agitación. En este ultimo caso, considerar la situación como una mejoría puede ser un gran error, siendo una importante señal de peligro inminente.
  5. Aparición de laceraciones recientes en el cuerpo.
  6. Regalar objetos muy personales, preciados y queridos.
  7. Cerrar asuntos pendientes.
  8. Preparación de documentos para cuando uno no esté.
Estrategias para las situaciones de riesgo.
  • Tener disponible unos teléfonos de emergencia o ayuda.
  • Limitar el acceso a posible medios lesivos.
  • No dejarle solo: involucrar a las familias y a los amigos.
  • Mejorar las habilidades: escuchar y preguntar.
  • Autocuidado de la familia y del entorno. También ellos pueden necesitar la ayuda profesional.


  Referencias:
Guía para familiares: detección y prevención de la conducta suicida en personas con enfermedad mental de la Comunidad de Madrid.
Guía para trabajar el suicidio en la terapia. https://www.psiky.es/practica-clinica/tratamiento/suicidio/

martes, 26 de septiembre de 2017

Violencia en el deporte de base: las "ovejas negras de las gradas".

Es un fenómeno generalizado pensar que la práctica deportiva es un excelente medio educativo para nuestros hijos. Sin embargo, solo podrá ser educativo en la medida en la que todos los adultos implicados en dicha práctica así lo crean y lo lleven a la realidad. Por desgracia, y cada vez con mayor asiduidad, esta afirmación puede quedar en entredicho.

En las escuelas deportivas de base, uno de los principales objetivos es la educación y transmisión de valores. En estas edades tempranas, los niños y niñas aprenden mucho más fácil y rápidamente, sobre todo, a través de dos fenómenos principales: por observación y por imitación. Asumimos que, a estas edades, son esponjas que absorben todo lo que acontece en sus entornos más cercanos y, es por eso, que se resalta la importancia de la educación en valores deportivos en las primeras etapas o de iniciación a la práctica deportiva, ya que es el mejor momento para que puedan aprenderlos e interiorizarlos y formen parte, de su futura personalidad.

No obstante, en ocasiones, se nos olvida que la misma facilidad que tienen para adquirir valores positivos, la tienen para adquirir aquellos que no lo son tanto. Así pues, un niño que ve como sus padres felicitan a los padres del equipo contrario porque han ganado, está aprendiendo, pero, un niño que ve como sus padres insultan a los padres del equipo contrario porque han ganado, también está aprendiendo. Dos formas muy diferentes de actuar ante una misma situación: aceptación vs. frustración. ¿Cuál queremos para nuestros hijos?

Incidentes en el partido de infantiles Alaró-Collerense.
Imagen de: El Periódico.
Cuando hablamos de valores negativos, seguramente se nos vienen a la cabeza las situaciones de violencia en las gradas que últimamente hemos podido observar en los diferentes medios de comunicación en las que, por ejemplo, ha habido enfrentamientos físicos entre padres diferentes equipos. Esto es grave. Muy grave dada las múltiples consecuencias colaterales que esto suele acarrear. Sin embargo, también hay otro tipo de violencia igual de grave que es la verbal y que, en muchas ocasiones, no solo se dirige a las figuras del equipo contrario o al árbitro, sino que tiene como diana, figuras del propio club, compañer@s de nuestr@s hij@s o lo que es peor, nuestr@ propi@ hij@.

Por un lado, los motivos por los que los padres y madres pueden llegar a perder los papeles en las gradas pueden ser de muy diversa índole: falta de autocontrol, necesidad de que sus hijos/as ganen para presumir de ellos delante de otros, proyección de lo que ellos no llegaron a lograr o esperar que sus hijos lleguen ser deportistas de élite e incluso, como se suele decir, los saquen de pobres. Por otro lado, no cabe duda de que las situaciones de competición en el deporte, suponen un escenario rico en emociones tanto positivas como negativas y en las que unas y otras, afloran con muchísima facilidad, por lo que se puede pasar de la alegría de meter un gol a la frustración de empatar en el último minuto en tan solo, un abrir y cerrar de ojos. 

Da igual cuales quieran que sean los motivos por los que un adulto pierda los papeles lo que, en ningún caso debemos olvidar, es que cualquier conducta se aprende e interioriza mucho mejor y de manera más rápida si esta se acompaña de una emoción fuerte o intensa. Por tanto, un adulto que actúa de manera violenta o agresiva delante de los/as niños/as (insultando a los rivales, menospreciando a los compañeros, al entrenador o a sus propios hijos…) se está convirtiendo en un potente modelo a imitar en futuras situaciones similares.

Seguramente, todos hayamos visto reflejado en este tipo de “oveja negra de las gradas” a alguien conocido que, a menudo, se pasa todo el partido o la competición, gritando a su hijo/a qué debe hacer en cada momento o lo regaña cuando llega a casa, insulta al árbitro por una falta mal pitada o a los rivales por el simple hecho de ser mejores, discute las decisiones del entrenador/a o menosprecia a los compañeros de equipo de su hijo cuando pierden el balón, provocando así el enfrentamiento con padres del mismo equipo. Y, seguramente también, si preguntásemos que piensan o sienten a las verdaderas víctimas de este tipo de conductas inapropiadas, l@s niñ@s, nos encontraremos repuestas como estas:

“Me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador de Primera División, que fallo en los pases porque me falta concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del fútbol. A mí me gusta jugar al fútbol, me gusta aprender cosas nuevas, dar un pase de gol, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque eso es lo que nos dice el míster. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que, si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde la banda, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por dónde va el balón. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar” (P. Ramirez, El Pais.)

Club Dowdall Fundación, de Pozo del Molle.


Afortunadamente, este tipo de “ovejas negras de las gradas” no conforma ni mucho menos, la mayoría de aficionados de un equipo sino que, por el contrario, suponen casos muy puntuales. El problema es que su presencia “se hace mucho de notar”. Por suerte, hay muchos padres y madres que reconocen y son conscientes, de la importancia del deporte como práctica saludable, como oportunidad para la integración social y el establecimiento de relaciones con los iguales, como indiscutible medio de desarrollo de todas las facetas del niño/a (física, psicológica y social) y, sobre todo, como excelente contexto promotor para la diversión y el disfrute de sus hijos/as. Al fin y al cabo, esto es lo que debe primar siempre, por encima de todo.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

¿POR QUÉ NO PUEDO DORMIR? ¡MALDITO INSOMNIO!

Seguramente todos y cada uno de nosotros hemos padecido o padeceremos episodios de insomnio a lo largo de nuestra vida. Mientras sea un hecho puntual, no existe inconveniente alguno salvo que, al día siguiente, el día suele hacerse mucho más largo de la cuenta. En algunos casos y por suerte, la solución pasar por establecer ciertos hábitos de higiene del sueño que han podido perderse (se explican al final). Sin embargo, cuando estos episodios tienden a repetirse con cierta insistencia, puede llegar a conformarse lo que clinicamente se conoce como trastorno por insomnio (DSM-V)

El insomnio se caracteriza principalmente por la dificultad para el inicio o el mantenimiento del sueño o despertar con la sensación de no haber tenido un sueño reparador a lo largo de las supuestas horas de descanso.

Además, las personas que padecen el temible insomnio a menudo, presentan despertares frecuentes durante el transcurso de la noche por lo que, al día siguiente, se muestran fatigosos y cansados. A su vez, y de forma inevitable, esto repercute en su rendimiento laboral, social y de otras áreas importantes de la vida llegando a convertirse en un auténtico calvario.



En la mayor parte de los casos el insomnio suele ser algo transitorio. En un 80% de estos casos, los factores psicológicos están estrechamente relacionados con los episodios insomnes: situaciones estresantes, cambios ambientales, situaciones de alta carga emocional o cambios de horarios, entre otros muchos ejemplos.

El tratamiento farmacológico ¿es recomendable?

En determinadas situaciones, pueden usarse exclusivamente un tratamiento farmacológico. Los fármacos más utilizados para la inducción del sueño son las benzodiazepinas. Sin embargo, ni estas, ni ningún otro fármaco inducen el suelo de una forma similar a la normal.

Por otra parte, un incorrecto uso de las benzodiacepinas (tomarlas sin prescripción médica o tomar las dosis a su antojo) puede llegar a acarrear efectos colaterales en el paciente como adicción a estos fármacos o síndrome de abstinencia cuando se lleva a cabo la interrupción del tratamiento. Además, durante la vigilia, pueden aparecer efectos no deseados derivados incluso, de un consumo eventual como alteraciones en los tiempos de reacción, en la velocidad motora, en la coordinación y en otras funciones cognitivas. Y lo que es más importante, cuando el insomnio se debe a factores psicológicos, la farmacología puede reducir los síntomas pero, en ningún caso, va a suprimir el problema o los factores que lo están provocando.

Por suerte, está demostrado, que la mayoría de los trastornos del sueño se pueden beneficiar de intervenciones psicológicas y, en última instancia, de intervenciones que combinan la terapia con el uso controlado de los fármacos.

¿QUÉ PUEDO HACER CONTRA EL INSOMINIO?

Las intervenciones conductuales para el insomnio son muy variopintas:

Relajación: las técnicas de relajación son especialmente recomendables cuando existe en el insomne, una importante activación fisiológica. La relajación progresiva, la meditación o el entrenamiento en imaginación antes de dormir, son técnicas que han sido validadas empíricamente y han mostrado su eficacia en el tratamiento del insomnio.

Intervenciones cognitivas: aunque existen varias técnicas, una de las que más eficacia ha demostrado es la intención paradójica.  Esta, consiste en instruir al paciente que intente permanecer despierto tanto tiempo como le sea posible. Esta técnica está basada en la idea de que es precisamente la preocupación por no poder dormir y la ansiedad que esto genera, la principal causa del insomnio. Las técnicas de distracción también pueden ser de gran utilidad ya que dejan de focalizar nuestra atención en la imposibilidad de quedarnos dormidos: “contar ovejitas” (simplemente, hay que contar y seguir una serie), cantar mentalmente una canción..

Higiene del sueño: más que una técnica, supone una intervención psicoeducativa en la que se instruye al paciente en el aprendizaje de hábitos saludables (relacionados con la alimentación, con la actividad física, siestas…) que favorezcan la inducción del sueño a la hora de dormir: realizar ejercicio regularmente, no fumar antes de ir a dormir, evitar el consumo de grandes cantidades de azúcar y cenas pesadas o sustituir actividades como ver la tele o utilizar el móvil por otras como leer un libro.

Control de estímulos: se trata de restablecer el dormitorio como estímulo discriminativo para el sueño. Desde esta técnica se aconseja:
  • Acostarse solo cuando se tiene sueño.
  • No usar la cama para otras actividades (ver la tele) salvo para dormir (a excepción de las sexuales).
  • Levantarse y salir de la habitación si se es incapaz de dormir (a los 15-20 min)
  • No dormir siesta y levantarse a la misma hora cada mañana
  • Establecer unos horarios regulares para levantarse y acostarse cada día.
  • Establecer una conducta rutinaria previa antes de acostarse que indique la proximidad de la hora de dormir: tomar un vaso de leche, leer un libro, ponerse el pijama...


Manual Cede PIR: Psicología Clínica. Los trastornos del sueño.

martes, 5 de septiembre de 2017

El duelo y sus etapas. ¿Qué hacer para superar la pérdida?

¿Qué se entiende por duelo?

Comúnmente, entendemos por duelo la reacción física y emocional producida tras el fallecimiento de una persona cercana y querida. Es una respuesta normal ante una situación de pérdida.

Existen tantas formas de vivir un duelo como personas en el mundo. Es decir, no hay una forma correcta de llevar a cabo un proceso de elaboración del duelo y su duración e intensidad, puede variar en función de muchos aspectos tales como la relación con la persona fallecida, la forma de morir, las experiencias pasadas o la existencia o no, de una red de apoyo social y/o familiar.

Etapas del duelo

A pesar de no existir una única manera de pasar el duelo, se han descrito varias etapas (Elisabeth Kübler-Ross) que suelen sucederse tras la pérdida de un ser querido y que no tienen porque darse siempre todas ni en el mismo orden:

  • Negación:  se niega la pérdida y los sentimientos derivados de la misma. Existe confusión y se puede llegar a creer que lo que está pasando no es real.
  • Enfado, ira o indiferencia: descontento por no haber podido evitar la pérdida que ha tenido lugar. Se busca una causa y aparece la culpabilidad.
  • Negociación: Se negocia con uno mismo o con el entorno, reflexionando sobre los pros y los contras de la pérdida. A pesar de saberse la imposibilidad de una solución a la pérdida, se intenta buscar.
  • Dolor emocional: se experimenta tristeza por la pérdida. Pueden incluso, acontecer episodios depresivos que deben ceder con el tiempo.
  • Aceptación: se asume la inevitabilidad de la pérdida. Supone un cambio en la perspectiva de la situación sin la pérdida, siempre teniendo en cuenta que: no es lo mismo aceptar que olvidar.

¿Qué hacer para superar el duelo?

  • Aceptar la pérdida: es importante que intente aceptar que la persona fallecida no va a volver. Hable con los demás de cómo se está sintiendo. Y sobre todo, sepa que será algo progresivo y que no necesariamente tendrá que hacerse de un día para otro, sino que requiere de un cierto tiempo.
  • Trabajar con el dolor y las emociones: tiene que darse tiempo para entender, comprender y aceptar sus propios sentimientos y emociones. Intentar evitarlos, solo conseguirá que la situación no termine de superarse.
  • Aprender a vivir sin la persona querida: quizás signifique aceptar nuevas tareas que antes no se hacían o de aprender nuevas habilidades que antes desconocia. En todo caso, es importante intentar reconstruir su vida y hacer que su día a día, vuelva en la medida de lo posible a la normalidad. También será un proceso progresivo.
  • Seguir adelante: pensar en el futuro y adaptar los planes de futuro a la nueva situación con la ausencia de la persona fallecida.

¿Cómo detectar la complicación en la elaboración del duelo y la necesidad de acudir a un profesional?

Generalmente, ocurre que el malestar intenso que se da en momentos inmediatos a la pérdida, vaya remitiendo progresivamente a medida que se va restableciendo su vida. Sin embargo, la elaboración del duelo puede complicarse y requerir la ayuda de un profesional.

Esto es recomendable cuando el malestar generado por la pérdida es muy intenso, se prolonga mucho en el tiempo (aproximadamente se toma como criterio, más allá de dos meses tras la pérdida) y cuando se presentan algunos de estos “síntomas”:

  • Incapacidad para aceptar la muerte.
  • Ideas persistentes de muerte.
  • Sentimientos excesivos de culpa
  • Preocupación excesiva sobre la muerte del allegado.
  • Incapacidad para retomar las actividades de la vida diaria.
  • Recuerdos recurrentes de la muerte.
  • Ansiedad, irritabilidad, agresividad.
  • Dificultad para concentrarse o dormir.
  • Aumento del consumo de fármacos, drogas o alcohol.
  • Incapacidad para relacionarse con el entorno social.
Extraído de: El día después del suicidio de un familiar o allegado. Grupo de Trabajo de la Guía de Práctica Clínica de Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida

jueves, 31 de agosto de 2017

¿ANSIEDAD NORMAL O PATOLÓGICA? ¿QUÉ ES REALMENTE UN ATAQUE DE PÁNICO?

En la actualidad, la prevalencia de los trastornos de ansiedad gira en torno al 20% y 40% en las unidades de atención primaria. Esto supone reconocer, que los trastornos de ansiedad se sitúan como el segundo grupo de trastornos más frecuentes detrás de los relacionados con el consumo de sustancia y por delante de los trastornos del estado de ánimo.

La ansiedad, puede definirse como la anticipación de una amenaza o daño futuro que se acompaña de sentimientos desagradables y ciertos síntomas fisiológicos de tensión. Es por esta capacidad anticipatoria, por la que la ansiedad resulta esencial como aviso de un posible peligro futuro puesto que nos dota de la capacidad funcional y movilizadora para hacer frente a dicho peligro. Sin embargo, este peligro, puede ser real o no serlo y, es en este último caso en el que el aviso anticipatorio, se convierte en un aviso disfuncional. De este modo, es posible hablar de una ansiedad normal o patológica.

La ansiedad patológica, es sumamente visible cuando sobrepasa ciertos niveles de intensidad y se convierte en un auténtico malestar significativo que como se suele decir, no mata, pero se relacionan con sustanciales niveles de incapacidad por parte del individuo y que tiene un directo e importante impacto, sobre todas las esferas de su vida cotidiana agravándose, además, por su curso recurrente y crónico en muchos casos.

Dentro de los trastornos de ansiedad, llaman sumamente la atención, uno de sus principales síndromes: los comúnmente conocidos como ataques de ansiedad o ataques de pánico (DSM-V). Pero ¿sabemos realmente qué son?

LOS ATAQUES DE PÁNICO

Los ataques de pánico suelen dar comienzo con una aparición súbita de miedo intenso que alcanza su máxima expresión durante unos minutos en los cuales, suelen presentarse al menos, de los siguientes síntomas derivados de la activación del sistema nervioso simpático: palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca, sudoración, temblores, sensación de ahogo, sensación de atragantamiento, opresión o malestar torácico, náuseas o molestias abdominales, sensación de inestabilidad o mareo e incluso desmayo. También pueden darse otros síntomas más complejos como la desrealización o despersonalización (sensación de irrealidad o de separarse de uno mismo, respectivamente); parestesias o escalofríos y un terrible miedo a perder el control o a morir. Estos ataques tienden a tener una duración inferior a los 30 minutos y suponen un auténtico infierno para quienes lo padecen.


Si bien es cierto que, aunque generalmente se ha asumido que no existe una determinación situacional o estimular para concluir su naturaleza biológica, existen estudios recientes que han puesto de relieve que el primer ataque, aparece en contextos cargados de elevados niveles de tensión emocional y de ansiedad.

 El principal problema de los ataques de pánico, no lo constituye el ataque en si mismo, sino el miedo anticipatorio o el temor a sufrirlo ya que en términos generales, se acepta que solo el primer ataque es verdaderamente inesperado y que los siguientes, se producen por condicionamiento a señales interoceptivas o externas, cuya propia focalización, provoca la hiperactivación del sistema simpático amplificando así, una sintomatología muy intensa y desagradable dada su semejanza con otras patologías como por ejemplo, los infartos.