lunes, 20 de octubre de 2014

El dilema del prisionero: ¿Competir o cooperar?.

El “Dilema del prisionero” es probablemente uno de los tipos de juegos más famosos en lo que a representación de situaciones conflictivas de intereses entre  individuos se refiere, y es estudiado desde la llamada Teoría de los Juegos que estudia las situaciones de interdependencia, situaciones en las que tanto las acciones que realicen los diferentes individuos como los resultados esperables de ellas dependen de las acciones que los otros lleven a cabo (Aguado 2007). Este juego se enmarca dentro de la tipología “Equilibrio de Nach” situación en la que cada jugador individual no gana nada modificando su estrategia mientras que los otros mantengan las suyas.

En él se expone a grandes rasgos el siguiente problema: dos delincuentes son detenidos y encerrados en celdas de aislamiento de forma que es imposible la comunicación entre ellos. Son sospechosos de haber cometido un delito grave y no hay pruebas suficientes para condenarlos. Un agente visita a cada uno de ellos de manera aislada y les ofrece el mismo trato: si uno confiesa y su cómplice no, el segundo será condenado a la pena total de diez años mientras que el primero será liberado. Si uno calla pero el cómplice confiesa, el primero recibirá la pena y el cómplice saldrá libre. En caso de que ambos confiesen los dos serían condenados a 6 años mientras que si ambos lo niegan todo, la pena será de 6 meses. De esta manera, el resultado de cada elección depende de lo que elija su cómplice sin que ninguno de los implicados conozca la decisión del otro. 

 Sin duda, este dilema puede extrapolarse y servir de ejemplo a muchos ámbitos de la vida como la economía o la política dónde la competición y/o la cooperación juegan un papel primordial en su día a día, sobre todo en el  mundo del deporte.

Si tenemos en cuenta todas las alternativas posibles observamos que confesar es una estrategia dominante puesto que, con independencia de lo que decida el otro, confesando uno reduce su condena (si el otro confesara) o la elimina (si el otro no confesara). Sin embargo,  la estrategia ideal sería que ambos no hablaran lo que supondría haber mirado por un bien común y serían condenados a sólo 6 meses de cárcel.  El caso es que las mejores opciones son aquellas en las que ambos toman la misma decisión, ya sea confesar o no, ya que desembocan en una reducción de la pena para ambos y no solo para uno de ellos o lo que es lo mismo, remar en una misma dirección. Y es aquí dónde radica el problema del trabajo en equipo; es aquí donde el dilema del prisionero cobra todo su sentido.

Los conflictos en los equipos son algo muy común y a la vez necesario. Una gestión adecuada del conflicto ayuda a corregir errores, generar nuevas alternativas y resolver situaciones que fomentan el aprendizaje y el crecimiento, tanto a nivel personal como grupal.  Muchos de estos conflictos suelen generarse debido a las tensiones inherentes a las situaciones de competición y sobre todo, en aquellas en las que no todos los componentes de un grupo reman en la misma dirección, y con ello no hago referencia solo a jugadores/as sino que también incluyo a entrenadores/as, cuerpo directivo y todos aquellos/as que en su conjunto, forman el grupo. Aunque no existe una definición exacta del concepto, autores como José de Jesús González (2003) recogen en su obra determinadas características que podrían identificar a un grupo: interacción entre sus miembros, percepciones y conocimientos de los miembros, motivación y necesidad de satisfacción, metas grupales, organización e interdependencia. Por otro lado, cabe resaltar un concepto esencial a la hora de hablar de los grupos y no es otro que el de sinergia el cual hace alusión a la integración de ciertos elementos que darían como resultado algo mayor que su suma, esto es, cuando el todo es mayor que la suma de sus partes, estas se unen sinérgicamente y se crea un resultado que aprovecha y maximiza las cualidades de cada uno de los elementos. Un ejemplo claro de sinergia es el mecanismo de un reloj: sus piezas por sí solas no funcionarían ni tendrían ningún sentido sin embargo, una vez unidas, el mecanismo empieza a funcionar. Lo mismo ocurre con los equipos, ya sean deportivos o de cualquier otro ámbito.

En definitiva y enlazando todo esto con el dilema del prisionero cabe decir que para que se de esa sinergia, ambos prisioneros deben remar en la misma dirección y por tanto dejar a un lado los intereses individuales para mirar por el interés común. Solo así podrán maximizar los resultados para ambos.  Situación que puede aplicarse fácilmente al terreno de juego sobre todo si tenemos en cuenta una de las características mencionadas previamente sobre la definición de grupo: el establecimiento de metas comunes. Es por esto, que solo cuándo todos los componentes de un equipo, y reitero que con ello incluyo a todo el personal que forma parte del mismo, apartan la vista de sus intereses personales y empiezan a dirigirla hacia el interés grupal, el rendimiento del conjunto tendrá ese efecto sinérgico que se traducirá en una maximización de los resultados en muchos sentidos, personales y deportivos: un crecimiento asegurado que incluso puede dejar entrever su importancia en muchos casos de fair play, dónde la individualidad pasa a un segundo plano y la cooperación adopta su papel más protagonista.


Bibliografía consultada:

AGUADO, J.C.  2007. Teoría de la decisión y de los juegos. Madrid: Delta Publicaciones.

GONZALEZ, J.J.  2003. Interacción grupal y psicopatología. México: Plaza y Valdés S.A.