El “Dilema del prisionero” es probablemente
uno de los tipos de juegos más famosos en lo que a representación de
situaciones conflictivas de intereses entre
individuos se refiere, y es estudiado desde la llamada Teoría de los
Juegos que estudia las situaciones de interdependencia, situaciones en las que
tanto las acciones que realicen los diferentes individuos como los resultados
esperables de ellas dependen de las acciones que los otros lleven a cabo
(Aguado 2007). Este juego se enmarca dentro de la tipología “Equilibrio de
Nach” situación en la que cada jugador individual no gana nada modificando su
estrategia mientras que los otros mantengan las suyas.
En él se expone a grandes rasgos el siguiente
problema: dos delincuentes son detenidos y encerrados en celdas de aislamiento
de forma que es imposible la comunicación entre ellos. Son sospechosos de haber
cometido un delito grave y no hay pruebas suficientes para condenarlos. Un
agente visita a cada uno de ellos de manera aislada y les ofrece el mismo
trato: si uno confiesa y su cómplice no, el segundo será condenado a la pena
total de diez años mientras que el primero será liberado. Si uno calla pero el
cómplice confiesa, el primero recibirá la pena y el cómplice saldrá libre. En
caso de que ambos confiesen los dos serían condenados a 6 años mientras que si
ambos lo niegan todo, la pena será de 6 meses. De esta manera, el resultado de
cada elección depende de lo que elija su cómplice sin que ninguno de los
implicados conozca la decisión del otro.
Sin
duda, este dilema puede extrapolarse y servir de ejemplo a muchos ámbitos de la
vida como la economía o la política dónde la competición y/o la cooperación
juegan un papel primordial en su día a día, sobre todo en el mundo del deporte.
Si tenemos en cuenta todas las alternativas
posibles observamos que confesar es una estrategia dominante puesto que, con independencia
de lo que decida el otro, confesando uno reduce su condena (si el otro
confesara) o la elimina (si el otro no confesara). Sin embargo, la estrategia ideal sería que ambos no
hablaran lo que supondría haber mirado por un bien común y serían condenados a
sólo 6 meses de cárcel. El caso es que
las mejores opciones son aquellas en las que ambos toman la misma decisión, ya
sea confesar o no, ya que desembocan en una reducción de la pena para ambos y
no solo para uno de ellos o lo que es lo mismo, remar en una misma dirección. Y
es aquí dónde radica el problema del trabajo en equipo; es aquí donde el dilema
del prisionero cobra todo su sentido.
Los conflictos en los equipos son algo muy
común y a la vez necesario. Una gestión adecuada del conflicto ayuda a corregir
errores, generar nuevas alternativas y resolver situaciones que fomentan el
aprendizaje y el crecimiento, tanto a nivel personal como grupal. Muchos de estos conflictos suelen generarse debido
a las tensiones inherentes a las situaciones de competición y sobre todo, en
aquellas en las que no todos los componentes de un grupo reman en la misma
dirección, y con ello no hago referencia solo a jugadores/as sino que también
incluyo a entrenadores/as, cuerpo directivo y todos aquellos/as que en su
conjunto, forman el grupo. Aunque no existe una definición exacta del concepto,
autores como José de Jesús González (2003) recogen en su obra determinadas
características que podrían identificar a un grupo: interacción entre sus
miembros, percepciones y conocimientos de los miembros, motivación y necesidad
de satisfacción, metas grupales, organización e interdependencia. Por otro
lado, cabe resaltar un concepto esencial a la hora de hablar de los grupos y no
es otro que el de sinergia el cual hace alusión a la integración de ciertos
elementos que darían como resultado algo mayor que su suma, esto es, cuando el
todo es mayor que la suma de sus partes, estas se unen sinérgicamente y se crea
un resultado que aprovecha y maximiza las cualidades de cada uno de los
elementos. Un ejemplo claro de sinergia es el mecanismo de un reloj: sus piezas
por sí solas no funcionarían ni tendrían ningún sentido sin embargo, una vez
unidas, el mecanismo empieza a funcionar. Lo mismo ocurre con los equipos, ya
sean deportivos o de cualquier otro ámbito.
En definitiva y enlazando todo esto con el
dilema del prisionero cabe decir que para que se de esa sinergia, ambos
prisioneros deben remar en la misma dirección y por tanto dejar a un lado los
intereses individuales para mirar por el interés común. Solo así podrán
maximizar los resultados para ambos. Situación
que puede aplicarse fácilmente al terreno de juego sobre todo si tenemos en
cuenta una de las características mencionadas previamente sobre la definición
de grupo: el establecimiento de metas comunes. Es por esto, que solo cuándo
todos los componentes de un equipo, y reitero que con ello incluyo a todo el
personal que forma parte del mismo, apartan la vista de sus intereses
personales y empiezan a dirigirla hacia el interés grupal, el rendimiento del
conjunto tendrá ese efecto sinérgico que se traducirá en una maximización de
los resultados en muchos sentidos, personales y deportivos: un crecimiento
asegurado que incluso puede dejar entrever su importancia en muchos casos de fair play, dónde la individualidad pasa a un segundo
plano y la cooperación adopta su papel más protagonista.
Bibliografía consultada:
AGUADO,
J.C. 2007. Teoría de la decisión y de los
juegos. Madrid: Delta Publicaciones.
GONZALEZ,
J.J. 2003. Interacción grupal y psicopatología.
México: Plaza y Valdés S.A.