martes, 26 de septiembre de 2017

Violencia en el deporte de base: las "ovejas negras de las gradas".

Es un fenómeno generalizado pensar que la práctica deportiva es un excelente medio educativo para nuestros hijos. Sin embargo, solo podrá ser educativo en la medida en la que todos los adultos implicados en dicha práctica así lo crean y lo lleven a la realidad. Por desgracia, y cada vez con mayor asiduidad, esta afirmación puede quedar en entredicho.

En las escuelas deportivas de base, uno de los principales objetivos es la educación y transmisión de valores. En estas edades tempranas, los niños y niñas aprenden mucho más fácil y rápidamente, sobre todo, a través de dos fenómenos principales: por observación y por imitación. Asumimos que, a estas edades, son esponjas que absorben todo lo que acontece en sus entornos más cercanos y, es por eso, que se resalta la importancia de la educación en valores deportivos en las primeras etapas o de iniciación a la práctica deportiva, ya que es el mejor momento para que puedan aprenderlos e interiorizarlos y formen parte, de su futura personalidad.

No obstante, en ocasiones, se nos olvida que la misma facilidad que tienen para adquirir valores positivos, la tienen para adquirir aquellos que no lo son tanto. Así pues, un niño que ve como sus padres felicitan a los padres del equipo contrario porque han ganado, está aprendiendo, pero, un niño que ve como sus padres insultan a los padres del equipo contrario porque han ganado, también está aprendiendo. Dos formas muy diferentes de actuar ante una misma situación: aceptación vs. frustración. ¿Cuál queremos para nuestros hijos?

Incidentes en el partido de infantiles Alaró-Collerense.
Imagen de: El Periódico.
Cuando hablamos de valores negativos, seguramente se nos vienen a la cabeza las situaciones de violencia en las gradas que últimamente hemos podido observar en los diferentes medios de comunicación en las que, por ejemplo, ha habido enfrentamientos físicos entre padres diferentes equipos. Esto es grave. Muy grave dada las múltiples consecuencias colaterales que esto suele acarrear. Sin embargo, también hay otro tipo de violencia igual de grave que es la verbal y que, en muchas ocasiones, no solo se dirige a las figuras del equipo contrario o al árbitro, sino que tiene como diana, figuras del propio club, compañer@s de nuestr@s hij@s o lo que es peor, nuestr@ propi@ hij@.

Por un lado, los motivos por los que los padres y madres pueden llegar a perder los papeles en las gradas pueden ser de muy diversa índole: falta de autocontrol, necesidad de que sus hijos/as ganen para presumir de ellos delante de otros, proyección de lo que ellos no llegaron a lograr o esperar que sus hijos lleguen ser deportistas de élite e incluso, como se suele decir, los saquen de pobres. Por otro lado, no cabe duda de que las situaciones de competición en el deporte, suponen un escenario rico en emociones tanto positivas como negativas y en las que unas y otras, afloran con muchísima facilidad, por lo que se puede pasar de la alegría de meter un gol a la frustración de empatar en el último minuto en tan solo, un abrir y cerrar de ojos. 

Da igual cuales quieran que sean los motivos por los que un adulto pierda los papeles lo que, en ningún caso debemos olvidar, es que cualquier conducta se aprende e interioriza mucho mejor y de manera más rápida si esta se acompaña de una emoción fuerte o intensa. Por tanto, un adulto que actúa de manera violenta o agresiva delante de los/as niños/as (insultando a los rivales, menospreciando a los compañeros, al entrenador o a sus propios hijos…) se está convirtiendo en un potente modelo a imitar en futuras situaciones similares.

Seguramente, todos hayamos visto reflejado en este tipo de “oveja negra de las gradas” a alguien conocido que, a menudo, se pasa todo el partido o la competición, gritando a su hijo/a qué debe hacer en cada momento o lo regaña cuando llega a casa, insulta al árbitro por una falta mal pitada o a los rivales por el simple hecho de ser mejores, discute las decisiones del entrenador/a o menosprecia a los compañeros de equipo de su hijo cuando pierden el balón, provocando así el enfrentamiento con padres del mismo equipo. Y, seguramente también, si preguntásemos que piensan o sienten a las verdaderas víctimas de este tipo de conductas inapropiadas, l@s niñ@s, nos encontraremos repuestas como estas:

“Me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador de Primera División, que fallo en los pases porque me falta concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del fútbol. A mí me gusta jugar al fútbol, me gusta aprender cosas nuevas, dar un pase de gol, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque eso es lo que nos dice el míster. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que, si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde la banda, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por dónde va el balón. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar” (P. Ramirez, El Pais.)

Club Dowdall Fundación, de Pozo del Molle.


Afortunadamente, este tipo de “ovejas negras de las gradas” no conforma ni mucho menos, la mayoría de aficionados de un equipo sino que, por el contrario, suponen casos muy puntuales. El problema es que su presencia “se hace mucho de notar”. Por suerte, hay muchos padres y madres que reconocen y son conscientes, de la importancia del deporte como práctica saludable, como oportunidad para la integración social y el establecimiento de relaciones con los iguales, como indiscutible medio de desarrollo de todas las facetas del niño/a (física, psicológica y social) y, sobre todo, como excelente contexto promotor para la diversión y el disfrute de sus hijos/as. Al fin y al cabo, esto es lo que debe primar siempre, por encima de todo.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

¿POR QUÉ NO PUEDO DORMIR? ¡MALDITO INSOMNIO!

Seguramente todos y cada uno de nosotros hemos padecido o padeceremos episodios de insomnio a lo largo de nuestra vida. Mientras sea un hecho puntual, no existe inconveniente alguno salvo que, al día siguiente, el día suele hacerse mucho más largo de la cuenta. En algunos casos y por suerte, la solución pasar por establecer ciertos hábitos de higiene del sueño que han podido perderse (se explican al final). Sin embargo, cuando estos episodios tienden a repetirse con cierta insistencia, puede llegar a conformarse lo que clinicamente se conoce como trastorno por insomnio (DSM-V)

El insomnio se caracteriza principalmente por la dificultad para el inicio o el mantenimiento del sueño o despertar con la sensación de no haber tenido un sueño reparador a lo largo de las supuestas horas de descanso.

Además, las personas que padecen el temible insomnio a menudo, presentan despertares frecuentes durante el transcurso de la noche por lo que, al día siguiente, se muestran fatigosos y cansados. A su vez, y de forma inevitable, esto repercute en su rendimiento laboral, social y de otras áreas importantes de la vida llegando a convertirse en un auténtico calvario.



En la mayor parte de los casos el insomnio suele ser algo transitorio. En un 80% de estos casos, los factores psicológicos están estrechamente relacionados con los episodios insomnes: situaciones estresantes, cambios ambientales, situaciones de alta carga emocional o cambios de horarios, entre otros muchos ejemplos.

El tratamiento farmacológico ¿es recomendable?

En determinadas situaciones, pueden usarse exclusivamente un tratamiento farmacológico. Los fármacos más utilizados para la inducción del sueño son las benzodiazepinas. Sin embargo, ni estas, ni ningún otro fármaco inducen el suelo de una forma similar a la normal.

Por otra parte, un incorrecto uso de las benzodiacepinas (tomarlas sin prescripción médica o tomar las dosis a su antojo) puede llegar a acarrear efectos colaterales en el paciente como adicción a estos fármacos o síndrome de abstinencia cuando se lleva a cabo la interrupción del tratamiento. Además, durante la vigilia, pueden aparecer efectos no deseados derivados incluso, de un consumo eventual como alteraciones en los tiempos de reacción, en la velocidad motora, en la coordinación y en otras funciones cognitivas. Y lo que es más importante, cuando el insomnio se debe a factores psicológicos, la farmacología puede reducir los síntomas pero, en ningún caso, va a suprimir el problema o los factores que lo están provocando.

Por suerte, está demostrado, que la mayoría de los trastornos del sueño se pueden beneficiar de intervenciones psicológicas y, en última instancia, de intervenciones que combinan la terapia con el uso controlado de los fármacos.

¿QUÉ PUEDO HACER CONTRA EL INSOMINIO?

Las intervenciones conductuales para el insomnio son muy variopintas:

Relajación: las técnicas de relajación son especialmente recomendables cuando existe en el insomne, una importante activación fisiológica. La relajación progresiva, la meditación o el entrenamiento en imaginación antes de dormir, son técnicas que han sido validadas empíricamente y han mostrado su eficacia en el tratamiento del insomnio.

Intervenciones cognitivas: aunque existen varias técnicas, una de las que más eficacia ha demostrado es la intención paradójica.  Esta, consiste en instruir al paciente que intente permanecer despierto tanto tiempo como le sea posible. Esta técnica está basada en la idea de que es precisamente la preocupación por no poder dormir y la ansiedad que esto genera, la principal causa del insomnio. Las técnicas de distracción también pueden ser de gran utilidad ya que dejan de focalizar nuestra atención en la imposibilidad de quedarnos dormidos: “contar ovejitas” (simplemente, hay que contar y seguir una serie), cantar mentalmente una canción..

Higiene del sueño: más que una técnica, supone una intervención psicoeducativa en la que se instruye al paciente en el aprendizaje de hábitos saludables (relacionados con la alimentación, con la actividad física, siestas…) que favorezcan la inducción del sueño a la hora de dormir: realizar ejercicio regularmente, no fumar antes de ir a dormir, evitar el consumo de grandes cantidades de azúcar y cenas pesadas o sustituir actividades como ver la tele o utilizar el móvil por otras como leer un libro.

Control de estímulos: se trata de restablecer el dormitorio como estímulo discriminativo para el sueño. Desde esta técnica se aconseja:
  • Acostarse solo cuando se tiene sueño.
  • No usar la cama para otras actividades (ver la tele) salvo para dormir (a excepción de las sexuales).
  • Levantarse y salir de la habitación si se es incapaz de dormir (a los 15-20 min)
  • No dormir siesta y levantarse a la misma hora cada mañana
  • Establecer unos horarios regulares para levantarse y acostarse cada día.
  • Establecer una conducta rutinaria previa antes de acostarse que indique la proximidad de la hora de dormir: tomar un vaso de leche, leer un libro, ponerse el pijama...


Manual Cede PIR: Psicología Clínica. Los trastornos del sueño.

martes, 5 de septiembre de 2017

El duelo y sus etapas. ¿Qué hacer para superar la pérdida?

¿Qué se entiende por duelo?

Comúnmente, entendemos por duelo la reacción física y emocional producida tras el fallecimiento de una persona cercana y querida. Es una respuesta normal ante una situación de pérdida.

Existen tantas formas de vivir un duelo como personas en el mundo. Es decir, no hay una forma correcta de llevar a cabo un proceso de elaboración del duelo y su duración e intensidad, puede variar en función de muchos aspectos tales como la relación con la persona fallecida, la forma de morir, las experiencias pasadas o la existencia o no, de una red de apoyo social y/o familiar.

Etapas del duelo

A pesar de no existir una única manera de pasar el duelo, se han descrito varias etapas (Elisabeth Kübler-Ross) que suelen sucederse tras la pérdida de un ser querido y que no tienen porque darse siempre todas ni en el mismo orden:

  • Negación:  se niega la pérdida y los sentimientos derivados de la misma. Existe confusión y se puede llegar a creer que lo que está pasando no es real.
  • Enfado, ira o indiferencia: descontento por no haber podido evitar la pérdida que ha tenido lugar. Se busca una causa y aparece la culpabilidad.
  • Negociación: Se negocia con uno mismo o con el entorno, reflexionando sobre los pros y los contras de la pérdida. A pesar de saberse la imposibilidad de una solución a la pérdida, se intenta buscar.
  • Dolor emocional: se experimenta tristeza por la pérdida. Pueden incluso, acontecer episodios depresivos que deben ceder con el tiempo.
  • Aceptación: se asume la inevitabilidad de la pérdida. Supone un cambio en la perspectiva de la situación sin la pérdida, siempre teniendo en cuenta que: no es lo mismo aceptar que olvidar.

¿Qué hacer para superar el duelo?

  • Aceptar la pérdida: es importante que intente aceptar que la persona fallecida no va a volver. Hable con los demás de cómo se está sintiendo. Y sobre todo, sepa que será algo progresivo y que no necesariamente tendrá que hacerse de un día para otro, sino que requiere de un cierto tiempo.
  • Trabajar con el dolor y las emociones: tiene que darse tiempo para entender, comprender y aceptar sus propios sentimientos y emociones. Intentar evitarlos, solo conseguirá que la situación no termine de superarse.
  • Aprender a vivir sin la persona querida: quizás signifique aceptar nuevas tareas que antes no se hacían o de aprender nuevas habilidades que antes desconocia. En todo caso, es importante intentar reconstruir su vida y hacer que su día a día, vuelva en la medida de lo posible a la normalidad. También será un proceso progresivo.
  • Seguir adelante: pensar en el futuro y adaptar los planes de futuro a la nueva situación con la ausencia de la persona fallecida.

¿Cómo detectar la complicación en la elaboración del duelo y la necesidad de acudir a un profesional?

Generalmente, ocurre que el malestar intenso que se da en momentos inmediatos a la pérdida, vaya remitiendo progresivamente a medida que se va restableciendo su vida. Sin embargo, la elaboración del duelo puede complicarse y requerir la ayuda de un profesional.

Esto es recomendable cuando el malestar generado por la pérdida es muy intenso, se prolonga mucho en el tiempo (aproximadamente se toma como criterio, más allá de dos meses tras la pérdida) y cuando se presentan algunos de estos “síntomas”:

  • Incapacidad para aceptar la muerte.
  • Ideas persistentes de muerte.
  • Sentimientos excesivos de culpa
  • Preocupación excesiva sobre la muerte del allegado.
  • Incapacidad para retomar las actividades de la vida diaria.
  • Recuerdos recurrentes de la muerte.
  • Ansiedad, irritabilidad, agresividad.
  • Dificultad para concentrarse o dormir.
  • Aumento del consumo de fármacos, drogas o alcohol.
  • Incapacidad para relacionarse con el entorno social.
Extraído de: El día después del suicidio de un familiar o allegado. Grupo de Trabajo de la Guía de Práctica Clínica de Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida