martes, 23 de septiembre de 2014

Ni ganar lo es todo, ni lo único tampoco.

Hoy día, es algo casi innegable el hecho de que las personas que participan en cualquier tipo de deporte de competición o cualquier actividad de ocio que implique competir se sumergen en este tipo de actividades con la vista puesta en la victoria. A lo largo de los años estas actividades han ido dejando de lado su dimensión más lúdica, esto es: la que hacía que las personas participaran en ellas por entretenerse, divertirse y/o establecer relaciones interpersonales mediante los intereses comunes; para abrir paso y de manera agigantada a su dimensión más ambiciosa y competitiva: ganar, ganar y ganar. Esto me recuerda a aquella famosa cita de Lombardi que decía "Ganar no lo es todo, es lo único". 

Fuente: Google.
Es cierto que a los más pequeños, e incluso a los ya no tanto, se les intenta inculcar a base de repetir en numerosas ocasiones la filosofía de “lo importante es participar”.  Sin embargo, en primer lugar cabría poner en duda la credibilidad con la que padres, madres  y entrenadores/as pronuncian estas palabras. Más aún, cuando el/la niño/a acaba de perder  una competición y la utilizan a modo de consuelo.  Lo cierto es, que son muchos los que no conocen el verdadero significado de esta frase puesto que es así como ha llegado hasta nuestros días a lo largo del tiempo. En segundo lugar, tiende a dar la impresión de ser una filosofía de vida cuanto menos, derrotista, con la que no se suele estar de acuerdo ¡y no es para menos!

Fue Baron Pierre Coubertin quién en su discurso de las olimpiadas de Londres en 1908 realizó la siguiente afirmación: “lo más importante no es ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es lograr el éxito sino esforzarse por conseguirlo”. Ahora la cosa cambia. Si realmente lo único importante fuera participar nadie se esforzaría, ni lucharía, ni se dejaría la piel en el terreno de juego. Y es que, hay ocasiones en las que, aunque el esfuerzo invertido durante meses no se recompensa con el primer premio, la mayor victoria para uno mismo puede ser el haberse superado o el haber llegado hasta dónde esté. Esto me recuerda a una famosa cita de Aristóteles “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”. Sin duda, para superarnos y esforzarnos tenemos que poner el punto de mira en una meta-objetivo y por lo general, esta suele ser ganar.

El proceso de competir, conlleva de manera implícita asumir dos circunstancias: éxito y fracaso. Las personas somos optimistas por naturaleza, y bajo mi punto de vista, esto suele ser otro de los factores que tienden a impulsarnos a competir, esto es, aunque las probabilidades de victoria o derrota teóricamente sean las mismas, tendemos a maximizar nuestras expectativas de éxito y a minimizar las de fracaso. Lo cierto es que a nadie le gusta perder, ni el deporte ni en cualquier situación de la vida que implique dicha opción. En nuestra sociedad, perder suele ser sinónimo de fracasar y esto es otra de las cosas que a nadie le gusta. Y a veces,  puede traducirse en problemas.

Desde que se inician en el deporte, a los más pequeños se les inculca en  valores que versan sobre él éxito y la victoria. Se les enseña a competir y a luchar con el único fin de que aprendan que ganar, debe ser su única motivación en este mundo. Y sin embargo, se dejan de lado otros aspectos muy importantes que deben potenciarse en esas edades entre ellos, aprender a aceptar las derrotas. La consecuencia directa de no asumir que no siempre se puede ganar, a pesar de invertir todo el esfuerzo del mundo, suele traducirse en sentimientos de frustración, fracaso o inutilidad cuyo malestar tiende a manifestarse a través de reacciones de agresividad o depresión.  A corto plazo, esto puede derivarse en consecuencias tales como conflictos con rivales, compañeros, entrenadores y árbitro o disminución del rendimiento durante la situación de competición. A largo plazo, la medida en cómo se acepte una derrota va a determinar la manera de hacer frente a futuras situaciones de competición por lo que no digerir “el perder” puede condicionar la ejecución del deportista ya que este puede haber generado ciertas expectativas de fracaso en base a las experiencias previas que pueden entrar en juego en el momento de la competición adoptando ideas como “soy un perderdor”, “Todos van a pensar que no valgo para esto”, “lo voy a hacer mal”, que lejos de solventar y mejorar la situación no harán más que empeorarla.

Es por ello que, bajo mi punto de vista, frases como “Ganar no lo es todo, es lo único”  son responsables de aquellas creencias que muchos adoptan y que lideran muchos aspectos de su vida:  la idea de que el ser humano puede controlarlo todo y que por tanto perder, es sinónimo de fracasar. Y fracasar es blanco directo de críticas, ya sean externas o internas. Perder, después de muchos y muchos meses de trabajo y esfuerzo no siempre es consecuencia de nuestras actuaciones. Hay por tanto factores que no podemos controlar y que quedan lejos de nuestro alcance. Lo mismo ocurre cuando ganamos y sin embargo, esto a penas suele captar nuestra atención. Por lo tanto, estoy de acuerdo en transmitir la importancia del ganar en el sentido de aceptar tal concepto como meta dónde fijar nuestros objetivos, sin embargo defiendo que no es lo único que debe importar a la hora de competir pues se ponen en juego otros valores que están al mismo nivel que lograr el éxito y que solo se aprecian cuando este se da: la superación, la constancia y el esfuerzo. A grandes rasgos, tres elementos  que interactúan a lo largo de nuestros caminos hacia la competición y cuya recompensa principal primero, debe venir de uno mismo y si luego llega la victoria, mucho mejor.


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